Los números árabes

Hoy hemos estado trabajado con este cuento, que pertenece al libro Números pares, impares e idiotas, escrito por Juan José Millás, e ilustrado por Forges. Léelo detenidamente:

Europa era un lugar sin números, aunque con muchas letras. Sus habitantes no sabían cuántas, puesto que carecían de números para contarlas. Tampoco sabían el número de piernas ni de ojos ni de brazos ni de dedos que tenían.

En las escuelas, cuando los profesores preguntaban a los niños cuántos dedos tenían, ellos decían:

-Varios.

-¿Y cuántos dientes?

-Varios.

-¿Y cuántos ojos tenéis en el pecho?

-Ninguno.

-¿Y pelos en la lengua?

-Ninguno.

Solo sabían decir «varios» y «ninguno». Hacían preguntas absurdas, como las de los ojos o los pelos, para dar la impresión de que sabían contar.

Cuando las madres mandaban a sus hijos a la tienda para hacer recados, si ellos preguntaban cuántas patatas o magdalenas debían comprar, las madres decían:

-Varias.

-¿Y cuántos pulmones de acero?

-Ninguno.

La gente no cumplía años, sino varios años, o ningún siglo. Si en las entrevistas de trabajo te preguntaban cuántos años tenías, la contestación correcta era:

-Varios.

-¿Y siglos?

-Ninguno.

Los sabios dijeron a las autoridades que no se podía continuar así, porque para entender la realidad es preciso contarla, o numerarla. Entonces inventaron los números romanos, que están hechos de letras mayúsculas.

Así, la I quería decir uno; la V, cinco; la X, diez; la L, cincuenta; la C, cien; la D, quinientos, y la M, mil. No es que fuera fácil contar y numerar con los números romanos, pero eran mejor que nada.

-Yo tengo XXX años.

-Yo quiero V kilos de patatas.

-Pedro me ha quitado VI cromos.

-A mi hijo le han salido XV granos en la cara.

Entre tanto, había en África unos números árabes muy fáciles de entender y muy prácticos para contar y para numerar las cosas, que al enterarse de las dificultades europeas decidieron emigrar en busca de un trabajo aritmético digno. La mayoría de ellos viajaron, por falta de medios, apiñados en pequeñas embarcaciones, llamadas pateras, que con frecuencia naufragaban antes de alcanzar la costa, condenando a los números y a las numeras árabes a perecer en medio de horribles sufrimientos. Algunas de estas numeras estaban embarazadas, pero sus hijos jamás verían la luz.

Los que lograban alcanzar la costa tenían que huir de los números romanos, que les llamaban extranjeros o moros, despectivamente, y les perseguían con leyes y palos.

Pero los números árabes estaban convencidos de que eran más útiles que los números romanos, y no dejaban de llegar en busca de una vida mejor para sí mismos y para sus descendientes.

La población, al ver que era tan fácil contar o numerar las cosas con ellos, empezó a usarlos sin importarle lo que dijeran las leyes.

-Hijo, vete a la tienda y compra 2 botellas de leche y 3 barras de pan.

-Mi padre ha cumplido 42 años.

-El día tiene 24 horas.

-Y el año, 365 días.

-Me debes 7 cromos.

-Pues yo tengo 2 ojos en la cara.

Los números romanos comprendieron que su tiempo había pasado y negociaron ser utilizados para la base de los monumentos, donde llevan una vida muy feliz y son muy respetados.

Hoy, la mayoría de la gente no sabe que los números que utiliza son árabes. A nadie en su sano juicio se le ocurriría no usarlos porque son extranjeros. Aunque la pregunta correcta es: ¿Son de verdad extranjeros? ¿Qué rayos significa ser extranjero?

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